domingo, 22 de octubre de 2017

"Sertorio" de Adolf Schulten

   Debió Sertorio emprender su marcha, subiendo primero por el Guadiana, luego el Gigüela hacia Segóbriga y desde allí, en dirección al norte, atravesando el Tajo, hacia el alto Henares y Caraca; se hallan unidas Segóbriga y Caraca por una carretera romana. Coincide justamente con aquella región, la viva descripción de Plutarco relativa a la argucia de Sertorio aplicada a los moradores en cuevas de Caraca. Leemos que los habitantes de Caraca no vivían en una ciudad o en un pueblo, sino en cuevas, singularmente en unas habilitadas para viviendas situadas en un alto y dilatado acantilado de la cara norte. Se sentían los moradores de esta pétrea fortaleza seguros frente a Sertorio, que acampaba ante ellos. Supo, sin embargo, Sertorio la forma de burlarlos. Examinando el lugar comprendió que no podía ni pensar en asaltar las cuevas situadas en lo más alto sobre el nivel del valle. Se le presentó entonces un aliado inesperado; el viento del noreste levantando, en torbellino, verdaderas nubes de polvo hacia las cuevas. (...) Cuando de nuevo sopló el viento del noreste hizo acumular una gran cantidad de tierra seca a todo lo largo de la base del acantilado de las covachas; el viento cuidó del resto. Suave al amanecer, pero soplando cada vez con mayor fuerza a medida que ascendía el sol, introdujo el viento una gran cantidad de polvo en las cuevas (...). Por fin los moradores de las cuevas tuvieron que entragarse al tercer día, a punto ya de asfixiarse.
(Schulten, Sertorio, pp. 145-146)

    La república romana experimentó en sus últimas dos centurias y media un gran éxito. Un éxito en el que anidaría la causa de su propia caída. Por un lado, los territorio  conquistados necesitaban de un cuidado que el entramado gubernamental republicano no contemplaba: inmovilizada en las normas que se proveyeron los romanos al inicio de su república, no habían cambiado gran cosa con el paso del tiempo. Pero Roma sí había cambiado considerablemente. Había pasado de una urbe más entre las grandes ciudades del Lacio a ser el centro político y económico de la cuenca del mediterráneo. Por otro lado, la necesidad constante de afrentar a los numerosos enemigos hizo que la república se tuviera que valer de figuras de considerables dotes. Grandes generales, con grandes ejércitos que debían conformarse al terminar sus belicosos encuentros con dejar todo su poder y gloria a un lado. Cosa difícil es el dejar el poder una vez que ya se ha poseído. Estos dos factores, unidos a la lucha de clases en la propia Roma y las facciones políticas, determinaría que en el siglo I estallaran guerras civiles. La primera tuvo como personajes a Cayo Mario, vencedor de numidios, cimbrios y teutones, y Lucio Cornelio Sila, victorioso general de los insurrectos itálicos. Quiso la suerte que, iniciadas las contiendas entre estos dos grandes hombres, Cayo Mario muriese, mientras Lucio Cornelio partía en pos de Mitrídates, un gran rival de Roma, buen estratega y pésimo táctico. Roma quedó, entonces, bajo la férula de los seguidores de Cayo Mario, a la cabeza de los cuales se hallaba Lucio Cinna. Una figura menos reconocida de los partidarios de Mario, pero que tendría gran importancia, fue Sertorio, al que Adolf Schulten dedicó el libro que hoy vamos a comentar brevemente.

   Fue Sertorio quizá el más dotado de los partidarios de Mario, pero fue también el más ignorado de entre los suyos y fue, sobre todo, el más desgraciado. Su vida tiene cierto hálito de epopeya. Esforzado y valiente, no menos capaz que sagaz, aguantó frente a las águilas romanas de Sila más de ocho años. Ocho duros años con privaciones, en desventaja... Donde solo a fuerza de voluntad e intelecto supo sobreponerse a ejércitos que le doblaban en número y que estaban mejor pertrechados. Pero esto es adelantarnos. Baste con decir que, una vez que Sila venció a Mitrídates volvió a Roma y derrotó fácilmente a los partidarios de Mario; Sertorio, hábil analista que ya había advertido a sus compañeros, estaba lejos de Roma. Tras algunas aventuras por el norte de África fue avisado por los lusitanos de que se pondrían bajo su mando si aceptaba liderarlos.
  
Lucio Cornelio Sila

    Sertorio no se lo pensó demasiado y, más temprano que tardé, desembarcó con unas exiguas tropas romanas en la península en el 80 a. C. Lo que iba a suceder a partir de ahora sería una constante preocupación para Roma, que destinó a dos de sus mejores generales, Quinto Cecilio Metelo y Pompeyo Magno. Durante los próximos años la república no pararía de enviar tropas que, año tras años, Sertorio aniquilaba de un modo u otro. Su astucia era proverbial y, sabiendo que el suyo no era un ejército romano (se componía principalmente de iberos con armamento ligero), adoptó la estrategia de guerrillas que ya le brindara grandes éxitos a Viriato. En su momento de mayor poder, controlaba casi toda la península, con pequeñas zonas en las que se veían reducido sus rivales. Pero si Sertorio era un hombre capaz, no tuvo la suerte de poseer una buena cadena de mando. Sus derrotas, que nunca fueron suyas, se debieron a los altos mandos. Si Sertorio vencía en el norte se encontraba luego con que algún lugarteniente había perdido una batalla o incluso un ejército entero allá donde él no podía estar. Su más capaz hombre fue Hirtuleyo, pero cayó en la batalla de Segovia frente a Metelo. Heredó su puesto Perpenna, que perdería muchas batalla. Sería este quien tramaría con el resto de altos mandos de Sertorio la muerte de su caudillo. Una noche del año 72 a. C.,  en un banquete con ricos manjares y vinos, fue vilmente acuchillado por aquellos que más debieron protegerlo. Resulta reconfortante saber que el instigador, Perpenna, fue vencido por Pompeyo. En sus últimos momentos imploraba por su vida alegando que podía delatar a muchos contactos favorables a Sertorio en Roma. Enseñó a Pompeyo cartas, pero este, repugnado ante un ser tan cobarde y traidor, le hizo matar y quemó las cartas sin siquiera mirarlas.

   Dejo a un margen una considerable cantidad de datos, pero estoy seguro de que el lector interesado acudirá al libro de Schulten, crónica fehaciente, esmerada y lúcida de las guerras sertorianas. La obra tiene ya alguna antigüedad y puede que haya quedado, no lo se, anticuada por el manantial de literatura histórica moderna. Sobre este punto me hallo incapaz de opinar, aunque puedo decir que me ha parecido un libro serio (como requiere el tema) y que suscribo lo que dice de él el prologuista (Francisco Socas): "Se lee con gusto y comodidad".

   Considero que merece algún comentario el trabajo de la editorial Renacimiento con el libro de Schulten. Hay que hacer mención de honor al prologuista que cumple esmeradamente su cometido, uniendo rica prosa y conocimiento del asunto. Complementa a este libro, de buena presentación, un apéndice de Felipe Mateu y Llopis que satisfará a los curiosos de la numismática... Su interés es relativo y podrá pasar desapercibido para muchos lectores (entre los que me incluyo). Por último, se echa en falta mapas en el libro para tener a un golpe de vista el desarrollo de las campañas militares. De tener esto, la editorial Renacimiento, hubiera otorgado una útil ayuda al lector. Quitando esto último, el texto se nos presenta sin errata alguna y en una edición muy cómoda y manejable.