sábado, 16 de septiembre de 2017

Loudon Sainthill (1918-1969)




Fragmento de "Figuras de la historia de Roma"

Muerte de Aníbal


   La clientela de Roma abrazaba ya todos los estados desde el extremo oriental del Mediterráneo hasta las columnas de Hércules. En ninguna parte había una potencia que pudiese inspirar temores. Pero aún vivía un hombre a quien Roma hacía el honor de juzgar como un enemigo temible; hablo del proscrito cartaginés que, después de haber armado contra Roma el occidente, había sublevado todo el oriente, fracasando solo en una y otra empresa por las faltas de una aristocracia desleal en Cartago, y en Asia por la estupidez política de las camarillas de los reyes. Al hacer Antíoco la paz, prometió, sin duda, entregar al grande hombre, y este fue a refugiarse primero en Creta y después en Bitinia. En la actualidad vivía en la corte de Prusias, prestándole su concurso en sus luchas con Eumenes y, como siempre, victorioso por mar y por tierra. Se ha dicho que intentaba lanzar al rey bitinio en una guerra contra Roma; absurdo cuya verosimilitud salta a la vista de cualquiera. El Senado hubiera creído seguramente rebajar su dignidad mandando coger al ilustre anciano en su último asilo, y no creo en la tradición que le acusa; lo que parece verosímil es que Flaminio, en su insaciable vanidad, siempre en busca de proyectos y de nuevas hazañas, después de hacerse el liberador de Grecia, quisiera también librar a Roma de sus terrores. Si el derecho de gentes prohibía entonces hundir el puñal en el pecho de Aníbal, no impedía aguzar el arma ni señalar a la víctima. Prusias, el más miserable de los miserables príncipes de Asia, tuvo un placer en conceder al enviado romano la satisfacción que este no se había atrevido a a pedir más que a medias palabras. Aníbal vio un día asaltada su casa repentinamente por una banda de asesinos, y tomó veneno. Hacía mucho tiempo, decía un escritor romano, que lo tenía preparado, conociendo a Roma y la palabra de los reyes. No se sabe fijo el año de su muerte, pero debió ocurrir, sin duda, a mediados del año 571 (183 a. C.), y a la edad de setenta años. En la época de su nacimiento luchaba Roma, con éxito dudoso, por la conquista de Sicilia; y vivió bastante para ver sometido a su yugo todo el Occidente, para encontrar delante de sí, en su último combate contra Roma, los buques de su ciudad natal, avasallada ya por los romanos; para ver a Roma arrastrar en pos de sí el Oriente, como arrastra el huracán la nave sin piloto, y hacer ver que sólo él hubiera sido bastante fuerte para conducirla. El día de su muerte se habían desvanecido ya todas sus esperanzas; pero en su lucha de cincuenta años, había cumplido al pie de la letra el juramento que siendo niño había hecho a su padre al pie de los altares.

                                                                            (Mommsen, Figuras de la historia de Roma, p. 41-42)

viernes, 15 de septiembre de 2017

"Figuras de la historia de Roma" de Theodor Mommsen

Retrato de Mommsen por Ludwig Knaut
   Envuelto en libros, papeles y algún que otro busto romano, un hombre de ajadas facciones, pelo largo, blanco y algo ondulado, escribió una gran obra en la afortunada vida que gozó.  Así fue como lo presentó, creemos que con justicia, Ludwig knaus a Theodor Mommsen en 1881.

   Romanista, conocedor de leyes, lenguas y hasta de monedas, Mommsen amplió los campos tradicionales de la historia, especialmente de la romana. Y esto fue no solo porque renegara de los mitos, que en la antigüedad siempre se enhebraban con la política o los actos de este o aquel general, sino porque escribió a lo largo de sus días una vasta obra sobre Roma. La historia que le dedicó a esa ciudad abarca su nacimiento, con la unión de varias tribus en las orillas del Tíber, hasta los últimos coletazos de la república: unos 700 años. Atrás quedan Eneas y, más lejos, incluso, Rómulo y Remo; cerca nos deja un relato verosímil, un gran conocimiento legislativo de la antigua Roma y más cosas que este pobre lector no puede contar de primera mano... En 3º de ESO me leí su primer tomo de Historia de Roma . Me desgastó tanto aquella lectura que hasta el día de hoy no había retomado nada suyo. La promesa de este tomo, implícita, de liviandad y amenidad me hizo probar suerte... ¡Y bien que hice!

   El texto que Mommsen dio a imprenta bajo el título de Figuras de la historia de Roma es un libro desarropado de las técnicas más asépticas del método científico y además rescata, para deleite del lector, las técnicas propias de los biógrafos antiguos. Este libro se aleja, por tanto, de otros textos que escribió Mommsen de corte más científico que presentaban, hay que recordar, su buen hacer literario en su prosa rica, enérgica y amplia en recursos expresivos. En esta obra vemos que la trampa verbal que prepara Mommsen al lector es eficiente, si no mortal. Quien empiece a leerlo no puede parar su lectura.

   Comienza el libro con Anibal. Nos habla de su carácter y de sus hechos pero no pretende, ni mucho menos, una biografía. La pluma de Mommsen prefiere lo fragmentario, muchas veces le basta un suceso. Es así como dedica el inicio del libro a uno de los más temibles adversarios de Roma, si no el que más y, luego, otro capítulo lo protagoniza, pero no tanto el personaje, sino el suceso de su muerte, al que la escritura ágil de Mommsen provee de cierto dramatismo al que no es inmune el lector. Otro tanto ocurre con Escipión africano, el único que batió y se alzó con la vitoria frente a Aníbal, que no es mostrado como triunfador, sino como un hombre vencido por los recelos de sus compañeros. No rehuye Mommsen en sus esbozos biográficos verter la opinión del moralista junto con la del justiciero historiador, escorando la narración hacia el ávido lector, que quizá no entienda de historias, pero sí de sentimientos y de la aflicción, la alegría o el orgullo que debió invadir el corazón de estos hombres. Uno se siente cercano a estos personajes cuando lee pasajes como el siguiente:
"De genio altanero, creyéndose formado de otro y mejor barro que el común de los mortales, completamente entregado al sistema de las influencias de familia, arrastrando en pos de sí por el camino de grandeza a su hermano Lucio, triste testaferro de un héroe, se había granjeado muchos enemigos, y no sin motivo. La dignidad es el escudo del corazón. El excesivo orgullo lo descubre y expone a todos los dardos lanzados por grandes y pequeños, hasta que llega un día en que esta pasión ahoga el sentimiento natural de la verdadera dignidad. Y además, ¿no es siempre propio de esas naturalezas, mezcla extraña de oro puro y brillante oropel, como era la de Escipión, el necesitar para encantar a los hombre el brillo de la felicidad y la juventud? Cuando desaparece una u otra, llega la hora de despertar, hora triste y dolorosa, principalmente para el que, habiendo producido grande entusiasmo, se ve ahora desdeñado."
                                                                                (Mommsen, Figuras de la historia de Roma, p. 44)


   Siguiendo esa estela, la del que que hace retratos de las figuras que trata, sopesando sus valías y defectos, va pasando revista a personalidades del mundo antiguo. Encontramos apuntes bien definidos sobre Filipo de Macedonia, aquel que se alió con Aníbal y lo hizo para causarle más desgracias que ayudas. Como complemento a las figuras heroicas o guerreras, se nos ofrece otros cuya valía se deslizaba mejor en otras áreas. Cicerón destaca en ese apartado, compartiendo lugar con los hermanos Gracos, legisladores que no sobrevivieron a sus propias leyes. Con ellos llegamos de lo que serían las futuras agonías de la pobre república romana. Intentaron ellos realizar unas reformas que incluyeran en el reparto de riquezas a los más desfavorecidos. Desde ese pasado, sepultado con los cadáveres de los Gracos a manos de la oligarquía romana, llegamos a Mario, Sila, Sertorio y César. Cuando uno cierra el volumen de remembranzas que Mommsen hila puede darse cuenta el lector de que el volumen se cierra justo donde los estudios más serios del autor terminaron: el fin de la república romana y el inicio del principado.

   Está exenta de dudas esta obra en cuanto a rigor histórico aunque, evidentemente, por su carácter fragmentario no se presta a la disquisición puntillosa de nada. Deja buen sabor de boca e invita como buen aperitivo a buscar otros textos que complementen este con matices e historias más largas. El conjunto no presenta debilidades, pues hay que tener el libro por lo que es: unión de puntos dispersos que aportan un mosaico de momentos y vidas. Delicioso como libro.