lunes, 2 de enero de 2017

"El faro de Alejandría" de Gillian Bradshaw

 
    Gillian Bradshaw no se cómo llegó a mis lejas. Solamente se que huyendo de los turrones de estos días y de ensayos di a parar con ella. Estaba ahí, en mi leja, acumulando polvo desde hace un par de años... y seguirá ahí, acumulando más polvo durante otros tantos. Pero ahora, cuando lo vea, sabré que es uno de esos libros que no me miran con aire hostil, acusándome de no prestarle atención. De la autora poco sabía y del libro no mucho más. La contraportada no anima demasiado a su lectura, pero tras leerlo puedo decir que mereció la pena comenzarlo pese a los defectos que presenta. 

    El título es del todo inapropiado pues solo un tercio de la novela transcurre en Alejandría... Aunque un autor puede poner el título que más le plazca. Para eso es su novela. El tocho de 600 páginas que tengo en la mano se escribió sobre 1986. Han pasado unos años desde entonces y sin embargo el libro ha sido reeditado en un par de ocasiones y en formatos distintos.  Se puede decir que ha triunfado la novela en nuestro país y, sinceramente, no me extraña. Sus virtudes no están tanto en la maestría narrativa como en saber entretener.... Pero vayamos un poco a la historia, que todavía no le he dado tregua al libro.

    Bradshaw elije desde el principio un campo idóneo para situar al lector y, en alguna medida, comprometerlo: con una adolescente que debe enfrentarse a la incapacidad de no poder elegir su futuro, ni siquiera su esposo. ¿Quién no va a comprometerse con tal personaje desde el principio? Joven, bondadosa -como su nombre, Caris, indica-, oprimida por la sociedad romana del siglo IV... Es imposible no mirarla con simpatía. Del mismo modo que es imposible que otros personajes no sean objeto de odio por parte del lector. Caris, que debe huir de los segundos, se refugia en Alejandría para aprender las artes de la medicina. Conociendo muy bien la máxima "Ars longa, vita brevis" de Hipócrates se dispone allí a emplear años al estudio de esta ciencia. Magulladuras, enfermedades, huesos rotos deberán ser afrentados que el buen hacer de sus manos e ingenio, haciendo caso a los tratados y manuscritos que caigan en sus manos. ¿Qué mejor lugar del mundo antiguo para obtenerlos? Alejandría era, sin duda y desde hacía mucho tiempo, el centro cultural del mundo antiguo, que había dejado detrás a Atenas y todas las ciudades de occidente y oriente. Su faro no solo deslumbraba las embarcaciones que se atisbaban en lontananza, sino también las artes y las ciencias. Como ciudad próspera y una de las principales urbes del imperio, también era lugar de lucha y disputas. Y es así que Caris se ve envuelta -y menospreciada- por todas las facciones y ganándose, poco a poco, su favor. Así ocurre con los cristianos que finalmente la dejan tratar a Atanasio, el gran obispo que se había enfrentado y sobrevivido a cuatro emperadores. No lo conseguirá con el quinto, llamado Valente, que realizará una purga tras la muerte de aquel.  Llegado a este punto, Caris, con más de un problema, emigra a Tracia, donde su condición de médico le permite ser una observadora privilegiada de la invasión de los godos. Después de peripecias varias se nos lanza un aviso del que cada vez eran más conscientes los romanos:

"En todas partes hay dificultades: bárbaros en el norte, persas en el este, en el sur los sarracenos y africanos. Y no tenemos fuerzas para impedirles entrar. Demasiadas tierras están desiertas y hay conflictos de la Iglesia con el Estado, los funcionarios y los gobernadores se llenan los bolsillos, a menudo para la ruina del bien público, y los que están lejos de las fronteras desprecian a los soldados que los protegen. Ha empezado a desmoronarse. No caerá con rapidez... puede durar más que nuestras propias vidas, pero caerá y seremos testigos de la caída." (El faro de Alejandría, p. 631)

     Pese a todos los agujeros que he dejado en mi resumen, ya puede atisbar el lector que la novela de Bradshaw es de todo menos una novela descriptiva y de acompasadas descripciones barrocas de escenarios o personajes. Por el contrario, es una novela que no deja de lado la aventura y la intriga. Eso, y el ritmo de la novela es lo que dotan a la narración de una agilidad que la hace óptima para lectores nóveles y también para los que no lo son tanto. No importa que los personajes se dividan entre "buenos" y "malos", o que de vez en cuando nos suelte algún comentario solo para dar a entender lo que sabe de la antigüedad. En conjunto, las virtudes compensan los defectos. En este sentido, Bradshaw me ha recordado un poco a Almudena Grandes, a esa estirpe de escritores que no son maestros de la escritura, pero que son adeptos avanzados que saben cómo escribir algo muy entretenido.



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