martes, 16 de agosto de 2016

"El señor de la luz" de Roger Zelazny

   
      Decidí que la humanidad podía vivir mejor sin dioses. Si los eliminaba a todos, la gente podía volver a tener abrelatas y latas para abrir, y cosas por el estilo, sin temer la ira del Cielo. Ya hemos pisoteado bastante a esos pobres diablos. Quería darles la oportunidad de ser libres, de construir lo que quisieran (p.243)

     Roger Zelazny, nombre preeminente  dentro del género de ciencia ficción, tiene un basta obra, no siempre bien considerada y no siempre bien entendida. A ello no contribuye una mala lectura del lector, sino más bien el propio estilo del autor. La trilogía Dhalgren es un ejemplo de ello, aunque ejemplo de lo contrario tenemos también en El señor de la luz, de claro estilo sencillo. Escrito en 1967 y traído a España por la editorial Minotauro en 1979, la novela nos presenta un mundo imaginativo peculiar. En él, parecemos situados en un mundo que entremezcla fantasía, ciencia ficción y mitología. Combinación peculiar sin duda. Dicen algunos que dicha mezcla es atendida con la intención de poner a prueba aquello que dijera Arthur C. Clarke: Toda tecnología lo suficientemente avanzada es indistingible de la magia.

    Fuera aquella la intención de Zelazny o no -yo sospecho que no- nos presenta una historia que a algunos no nos pillará sin aviso: un mundo de dioses humanizados, con pasiones y luchas de poder que se manejan entre los hombres, para bien o para mal de estos. Con cambios en más de algún sentido, esto ya lo encontramos en otra saga del autor: Los nueve príncipes de Ámbar. La trama de poder que allí se desarrollara tiene su equivalente en este libro, donde el personaje principal, El señor de la luz - señor de otros muchos nombres por lo que vemos en la novela- es un dios derrotado en sus luchas de poder contra el panteón indio. Del mismo modo, en la serie de Ámbar asistíamos al intento de retomar el poder entre los dioses del personaje, en El señor de la luz, Siddharta -otro de los nombres que tiene el protagonista- se habrá de enfrentar a una especie de superhombres que se han dotado de una tecnología tal que no son distinguibles de los dioses. Al menos los hombres no los distinguen, pues los temen por el poder de sus dones, capaces de arrasar sus ciudades fácilmente. Bajo este temor, los humanos erigen templos y adoran a estos dioses, que vigilan atentamente cualquier avance tecnológico que hagan, procurando que la ciencia y el saber de aquellos no avance con el fin claro de que jamás puedan combatirlos. Nos hallamos pues en un mundo primitivo, deliberadamente mantenido así, por un panteón de figuras poderosas que planean mantener una rígida escala del ser, en la que ellos gozan en la cúspide de su edén artificial y tecnológico.



   Por la razón que comentamos arriba, muchos creerán hallar una crítica implícita hacia la religión. Pero esto no es del todo así en mi opinión. Si bien en nombre de la religión y de la labor de "cuidar a los humanos" estos seres mantienen estancada la civilización, impidiéndole desarrollar sus naturales inercias creativas, no es menos cierto que Siddharta, en nombre también de la religión (que él mismo emplea como excusa), agrupa a cuantos hombres puede para combatir el edén tecnológico que sus congéneres han creado y de ese modo permitir que la civilización se desarrolle. En esa noble aventura buscará la ayuda de los demonios y se internará en las grutas más profundas de la tierra para liberarlos y unirlos a sus fuerzas.

    Lo dicho hasta aquí nos deja entrever que, a través de una teogonía, nos es presentado un mundo de figuras fantásticas, que dan contornos precisos a un mundo imaginativo propio. La trascendencia de lo divino -idea tan cara a nuestra civilización- es anulada por la persistente presencia de los dioses entre los hombres. A los pies de la muralla de Keenset -una de las últimas batallas de la novela- no vemos algo muy distinto de lo que veríamos en la Ilíada: el conflicto de fuerzas humanas y divinas que dan lugar a un cierto orden mundano y celeste. Sin insinuar que esta obra esté influenciada por una obra tan antigua, sí que creo que hay que atender a este aspecto de la novela, viendo cómo entremezcla esos temas que encontramos en los grandes poemas antiguos con los más populares de nuestros días: retazos de ciencia ficción y fantasía. 

    No hay que pensar que esto se hace sin fallas. Tenemos, por un lado, una psicología de los personajes algo simple, aunque no incongruente. El sinnúmero de vidas que han tenido los dioses daría mucho más juego. En el conjunto de vidas que han tenido, en cada una de sus encarnaciones, no hay dios que haya conocido el amor de otro... Aunque también el odio, la traición, la reconciliación, la paz y la guerra. Atendiendo a esto se podría exprimir el jugoso tema de cómo sus caracteres se han modificado a lo largo de sus biografías. La novela, se desliza, sin embargo, por una vertiente más "heroica", que atiende a las gestas más que a la creación de personajes  psicológicamente profundos. Aquello puede no ser un fallo, sino una preferencia mía, pero este sí lo es: el modo en que se desatienden los conflictos. A la hora de narrar las batallas entre dioses y hombres, Zelazny adolece de cierta simplicidad. A pesar de estos apuntes la obra es sin duda entretenida y servirá para desconectar un par de horas de la rutina. Novela sencilla pero que cumple perfectamente con aquello que muchos pedirán: entretenimiento, buen y puro entretenimiento.



jueves, 4 de agosto de 2016

"El mar de madera" de Jonathan Carroll



   Jonathan Carroll es un nombre que en más de una ocasión había escuchado. Por foros de aficionados al género fantástico se le suele mencionar alguna que otra vez, si no con esta con otras obras. Cuando me crucé el libro por casualidad en una librería de viejo me resultó curiosa la portada por lo que de extraño tenía: un bosque sobre el que hay un mar. Arrojado en esa vastedad onírica que es un mar sostenido sobre árboles hay una figura, en una barca, remando, no se sabe muy bien hacia dónde. Frotándome las manos, y tras haber leído alguna que otra reseña considerablemente favorable me dispuse a comenzar el festín literario. Tras leer las primeras páginas no veía nada de peculiar. Tan solo la anodina existencia de un agente de policía que desde el principio se nos ofrece como un personaje "molón". Habría de esperar unas cuantas páginas hasta que comenzaran a darse una serie de acontecimientos de difícil explicación: un perro que es enterrado y que siempre acaba resucitando  cerca del protagonista, una pluma multicolor que aparece por todas partes, una joven que se ha suicidado... El policía, Frannie McCabe, intenta hallar una explicación de los sucesos que van ocurriendo, busca darles darles explicación y sentido. Pero como le dice un personaje: 

(...) la maravilla te tiene trincado del brazo, Frannie. Porque esto escapa a tu control. Ahora las reglas serán otras. (p.45)
    El policía, acostumbrado a que todo incidente, todo crimen, todo hecho atienda a una intención o razón la busca; pero como le dicen en ese fragmento aquí no procede la fría lógica a la hora de desentrañar lo que ocurre. En las próximas 200 páginas esperan al lector viajes en el tiempo, hechos incoherentes con lógica habitual y escenarios y situaciones rocambolescas. Todo ello en una apuesta por parte del autor de hacer de este libro una obra con toques de surrealismo... Empeño que en mi opinión fracasa estrepitosamente. La razón de ello es que es cierto que hay cosas sorprendentes y que no son normales. Se emplea lo asombroso con la idea de hacer de "El mar de madera" una obra surrealista. Ahora bien, si el lector se fija bien, hay cierta "lógica" en el aparición de lo sorprendente y lo increíble en la novela (Spoiler: la lógica a la que atiende los hechos sorprendentes es la de la actuación de ciertos seres que provocan todo. Sin su intervención todo seguiría igual. Por lo tanto, se mantiene un esquema causal... cosa que cualquier verdadero surrealismo dinamita) . El verdadero surrealismo, por su parte, destruye toda lógica. Lo sorprendente se da por una ausencia de lógica, no porque ella esté presente.  Esto es lo que hace que, a mi juicio, esta obra que pretende vestirse bajo los ropajes del surrealismo no sea verdaderamente surrealista. Aunque fracase en esto, queda claro que la novela entera se sostiene por el choque entre lo cotidiano y lo asombroso, exprimiéndolo al máximo para sacar de sí un libro de 316 páginas. 

    Aclarado aquello, ¿qué nos queda? Nos queda una novela de ciencia ficción que juega bastante bien con el humor para mostrarnos las peripecias de su protagonista, personaje elaborado claramente con la intención de caer simpático al personal: un tipo fuerte, policía, sarcástico, padre de familia, buen marido... vamos un dechado de virtudes. McCabe, con todas sus cualidades y defectos tendrá como principales compañeros en su travesía a sí mismo, pero en distintas edades: tendrá que compartir aventuras con un McCabe veinteañero, rebelde, claro antagonista a lo que es él con sus cuarenta y ocho años de edad. El libro nos presentará este antagonismo sin dar muchas razones de cómo un rebelde sin sentido acaba siendo un "ciudadano de bien", lo cual nos deja un mensaje del tipo: "con el tiempo sentamos la cabeza". A la oposición de lo cotidiano y lo asombroso se añade otra: la del McCabe que es un hombre de bien frente al cabeza loca que era con treinta años menos. Y del mismo modo fracasa... la ausencia de relato de cómo se produce ese cambio de concepción del mundo hace que sea inexplicable el salto del McCabe joven al McCabe maduro. La antítesis se explota con la intención de formar un dúo gracioso, que seguro que sacará una sonrisa a aquellos que se preciaron de tener juventudes locas y luego se han convertido en ciudadanos conformistas. En ese sentido, el dúo de los McCabe más que un elemento surrealista (que tu "yo" del presente se encuentre con  tu "yo" del pasado no es lo más común) de la trama está empleado para simpatizar con un amplio grupo de lectores. A mi sinceramente me resultaron cansinos los dos integrantes del dúo

Así era en los setenta. Prendíamos chapas en nuestras cazadoras vaqueras que anunciaban (neciamente) que no pensábamos fiarnos de nadie que tuviera más de treinta años. Ni de nadie que tuviera un trabajo fijo, que se vistiera con trajes, que pagara una hipoteca, que creyera en El Sistema... Si no me hice hippie fue porque me solazaba en la violencia, el egoísmo y la intimidación. (p.165)
    El resto de personajes lo acaparan la pizpireta hija del policía, su mujer (de la que solo sabemos que la ama mucho) y un malo que parece que está metido en la historia porque en toda historia debe haber uno. Podemos decir que exceptuando al personaje principal, del resto sabemos muy poco y que no están bien caracterizados ... o por lo menos podrían estar mejor presentados. Todos ellos son las piezas que, junto a McCabe, van apareciendo en la historia de Carroll, una historia con cambios bruscos y que hacen que uno tenga que estar atento.

   Se que hasta ahora no he hablado muy bien del libro, pero es por las razones que ya comenté: si la novela se sostiene sobre dos dualismos y ambos no se relacionan como deben podemos hablar de una novela que desde luego no es el prodigio, al menos en mi opinión, que se ha dicho que es. Es una novela entretenida, soberbiamente graciosa. Yo mismo me he reído muchas veces con las quejas de los McCabe, con sus improperios, con las situaciones que Carroll nos ofrece. Todo eso mezclado con el estilo fresco y desinhibido hacen del "Mar de madera" una buena lectura de entretenimiento, pero en modo alguno es una maravilla.