domingo, 6 de septiembre de 2015

Elogio de la Locura de Erasmo de Rotterdam


    "Al no ver manera de sacar utilidad de la filosofía, surgió la impresión general de que por lo menos se debía volver inofensiva. Ahora bien, el modo más fácil de evidenciar que la filosofía no podía demostrar nada contra la religión era poner de manifiesto que no podía en general probar nada" 

Gilson, E., La unidad de la experiencia filosófica


     En 1511 sale de la imprenta un escrito que conocerá muchas reimpresiones y estará llamado a crear discusión y gran descontento. El autor, un personaje reconocible entre el humanismo antes de esta publicación, lo escribió como un pasatiempo mientras yacía enfermo en la amigable compañía de Tomás Moro. Simplemente con la intención de entretenerse Erasmo comienza la escritura de un manuscrito que en principio no tenía la intención de publicar, pues era una broma de corte satírico inspirado en los escritos sarcásticos de Luciano de Samosata. La broma finalmente llega, ante la insistencia de amigos, a la imprenta y en menos de un año se han imprimido siete ediciones del manuscrito. Ante este éxito editorial del renacimiento las mejores mentes del momento dirigen su mirada al escrito y surge un gran rechazo ante él. La actitud corrosiva hacia numerosos estudios liberales, unidas a ácidas críticas a las órdenes clericales y toda la estructura de poder de la Iglesia causan conmoción. Lo que en un principio se publicaba como una broma acaba trascendiendo y el propio Erasmo tiene que defenderse de agudas críticas. ¿Qué era lo que provocó que El elogio de la locura causará tal impresión y se vendiera como hoy lo harían los best seller? La respuesta se haya en el contenido corrosivo de la obra que eclipsa claramente a las forma sarcástica en que se expresa. Lo cierto es que detrás del disfraz humorístico del libro hay un elemento destructivo que trastoca todo el edificio del conocimiento de la época. Esta pars destruens no es particular de El elogio de la locura, si bien parece ser que es el escrito en el que más hincapié se pone en ello. La desconfianza a todo el saber es una constante en el libro y solo se le pone un límite: las sagradas escrituras.

    Tal convicción no la inauguró el propio Erasmo, sino que antes ya la creía firmemente uno de los profesores que tuvo el mismo en la escuela de los "Hermanos de la vida común" en Deventer. Tal profesor era Gerardo Groot. Este estaba sorprendido ante la diversidad de opiniones de filósofos y teólogos. Si Duns Scoto, Buenaventura, Alberto Magno y Tomás de Aquino dicen cosas distintas ¿quién tenía la razón? Groot pensaba que esto era un indicativo de que había de que abandonar el sistema de antiguos estudios ante el hecho de que llevaban a una discusión inútil en la que nadie se ponía de acuerdo. Era partidario, más bien, de una educación bien sencilla: la mera lectura de las sagradas escrituras. Dado que ahí estaba todo lo verdadero, era preciso centrarse en su aprendizaje y abandonar las discusiones escolásticas. Era la llamada a una teología sin filosofía. Erasmo de Rotterdam escucha con atención sus enseñanzas y desde luego hereda de él una natural desconfianza a los estudios racionales.


Edición de 1728 de "El elogio de la locura"


   La obra de Erasmo -que parece monopolizar todo su trabajo ya que es el único libro por el que la mayor parte le conocemos a pesar de su extensa obra escrita- comienza con la personificación de la Locura. Esta se presenta ante una audiencia y comienza a aducir razones por las cuales, entre todas las deidades del panteón heleno, ella ocupa no solo una posición de relevancia, sino de predominio sobre cualquier otro dios. Esto sucede en virtud de sus dones. Y es que que aquí la Locura comienza a ofrecer toda una retahíla de argumentos que demuestran que la estupidez y la locura son la base de cualquier relación humana (la de hombre y mujeres, la de los principes y súbditos, etc) y también de la felicidad. De hecho la sensatez y el conocimiento es un mal: "¿No fue más bien Thoth, ese genio enemigo del género humano el que las inventó (las ciencias), para la ruina del hombre? (...) En suma , que las ciencias se colaron de rondón en el mundo junto a las demás calamidades de la vida humana" (p.75). El hombre de la edad de oro se haya libre de todo conocimiento, es un hombre puro. Ofrece constantemente el contraste entre el necio y el sabio y cómo aquel aventaja a este en salud y felicidad. Para colmo el filósofo no sabe nada: "(...) se pronuncian sobre las causas del rayo, del viento, de los eclipses y demás fenómenos inexplicables, como si tuviesen acceso a los secretos de la naturaleza (...). La naturaleza, en tanto, se ríe a carcajadas de ellos y sus conjeturas." 

     A lo largo de las poco más de 100 páginas desarrolla constantemente con la idea de que el saber no aporta nada bueno y que tan solo es lícito recurrir a las escrituras, a San Pablo, San Bernardo y otros referentes que Erasmo considera dignas de atención. Junto a ese uso de fuentes lanza la idea de que no todas las fuentes dentro de la misma iglesia son convenientes. Erasmo desea retornar al cristianismo puro y primitivo sobre el que todavía no se había erigido una estructura de poder y adoctrinamiento. Este no es un tema que se desarrolle más en el Elogio de la locura pero de todos es conocido la desconfianza de Erasmo a la Vulgata y su intento de hacer una traducción directamente del griego de las escrituras para transmitir su sentido de una forma incorrupta. Más allá de eso -que durante la intervención de la Locura no se trata directamente- sí que se arremete contra la Iglesia tal y como está estructurada en su tiempo: para Erasmo es una institución carcomida y que necesita de una reforma urgente para hacer justicia a su misión. Todos los órdenes sociales incluyendo príncipes y reyes no escapan a la mirada crítica de Erasmo, que en muchos momentos les dedica más de algún comentario -no precisamente entusiasta-. Ante su escrito se retrata una sociedad injusta y poco cuerda que no actúa de la forma pía que espera un reformador de la cristiandad como pretendía ser Erasmo. Es por esto que el libro no es solo una broma entre intelectuales como en cierto momento pretendería decir el mismo Erasmo, sino que tenía una intencionalidad más profunda: mediante el humor denunciar una serie de sin sentidos y socavar los cimientos del conocimiento natural. Respecto a esto ya nos avisa por ejemplo F. Yates al tratar sobre las relaciones de Erasmo y Johann Reuchlin en "La filosofía oculta en época isabelina": "El mensaje de Erasmo es muy semejante al de Agripa en "De vanitate". Después de analizar todas las ciencias, la Locura solo encuentra seguridad en el Evangelio. (...) Erasmo se ocupa mucho menos que Agripa de la vanidad de las ciencias ocultas, pero las incluye. Agripa, por su parte, no solo se ocupa de la vanidad de las ciencias ocultas, sino también de la vacuidad del saber escolástico. La conclusión de ambos es, pues, que lo único seguro es la sencillez del Evangelio." (p. 83)

    Mención especial requiere el prólogo de la edición de Alianza que contextualiza insuficientemente al autor. Es de reseñar que aunque no menciona nada del fideísmo -la postura que niega cualquier conocimiento natural y solo le concede crédito a las sagradas escrituras- , que es lo que nos hace comprender verdaderamente el texto, sí nos deja un maravilloso comentario sobre las delicias que oculta el escrito al lector habitual: "Es un latín renacentista que dentro de su academicismo trata de adaptarse a la realidad que expresa. A quien no lo conozca le resultará difícil comprender cuanto decimos" (p. 20). De mayor utilidad e interés nos resulta la carta que se adjunta en esta edición que Erasmo remite a Martin Dorp, un teólogo. En ella justifica la aparición del libro como una mera broma que no pretende ni mucho menos atacar a los teólogos con su escrito. La carta resulta de interés para ver las supuestas y bienintencionadas motivaciones de Erasmo. Ambas, la carta y el texto principal, harán las delicias de los lectores pues aunque no interese la temática están escritas soberbiamente.