domingo, 7 de junio de 2015

La filosofía en el tocador

   Nada le es ajeno a  la literatura; tampoco la sexualidad. Ya sean las crónicas de un determinado tiempo, los intrincados y confusos sentimientos de algún personaje o un sistema de pensamiento, la literatura acoge generosamente todo aquello que pueda ser dicho sobre algo. La literatura podría decir acerca de sí  lo que los renacentistas que se preciaban decían de ellos mismos: "Nada humano me es ajeno". Siguiendo esa máxima la sexualidad y el amor no podían quedar fuera. De hecho estas se hallan entreveradas en los poemas que otorgan identidad a las civilizaciones: Ilión no habría sido quemada por los aqueos sin la infidelidad de Helena... ni tampoco habría razones para el odio entre Roma y Cartago sin Dido y Eneas. El "Ars amatoria" de Ovidio ya trataba de algún modo hablar sobre la seducción; el Jin Ping Mei también sería un ejemplo en el que la sexualidad y el amor no quedan apartados de la vida como algo de lo que guardar silencio. En ocasiones este tipo de literatura tendría que enfrentarse a la persecución por su supuesta "inmoralidad". La modernidad europea que vió surgir una subjetividad consciente de sí misma produjo una cantidad de textos eróticos y pornográficos como no se había visto con anterioridad. De la mano del liberalismo y el materialismo la mordaza de la moralidad iría dejando espacio a una sana indiferencia -aunque no sin condena por la sociedad y los sectores de poder- a toda esta eclosión de literatura.  Ya Boyer d'Argens defendía en "Teresa, filósofa" las pasiones como parte de lo divino: “¡Imbéciles mortales! Os creéis dueños de apagar las pasiones que la naturaleza ha puesto en vosotros: son obra de Dios."

   Sade se desmarcaría de una forma deliverada de una forma aguada de crítica contra los conservadores morales y emprendería con sus obras una auténtica base desde la que destruir los principio de la moralidad. Es por esto que sus escritos no se limitan a una enumeración de escenas sexuales sino que, a modo de fábula, llevan insertas en sí una enseñanaza. En otros escritos, como el que hoy nos ocupa, hay un contenido teórico evidente. De hecho la "Filosofía en el tocador" toma como género uno de los más célebres en la tradición filofófica: el diálogo. De manera similar a un diálogo platónico aquí los personajes intentan ofrecer argumentos determinantes que convenzan al oponente. La salvedad -si no es suficiente ofensa haber comparado con los diálogos de Platón- es que en este caso no hay oponentes: Eugenia, la protagonista, no es más que un elemento necesario, que posibilita que Sade nos lance toda una batería de argumentos defendiendo la inmoralidad y el ateísmo, pero que en ningún momento sostiene un punto de vista (mucho menos es capaz de ofrecer un contraargumento). Es una figura que ante los experimentados inmorales que pretenden darle lecciones solo sabe asentir como una dilecta alumna. Durante la estancia de Eugenia con sus sabios inmorales irá recibiendo los preceptos de la inmoralidad, o como Sade dice en algún momento, "las divinas leyes del placer".

   Entre enseñanza y enseñanza para la protagonista, Sade aprovecha para ofrecer un discurso corrosivo contra la sociedad que no permite la inmoralidad; su atenta mirada se fija en la base de todo el derecho desde los romanos: el derecho a la propiedad: "¿con qué derecho quien nada tiene se encadenará a un pacto que sólo protege a quien lo tiene todo? (...) un juramento debe tener el mismo efecto sobre todos los individuos que lo pronuncian; es imposible que pueda encadenar a quien no tiene ningún interés en su mantenimiento, porque entonces no sería ya el pacto de un pueblo libre; sería el arma del fuerte sobre el débil" (págs. 209-210). Revolucionario al proclamar el robo como manera de equilibrar las diferencias entre pobres y ricos, no lo fue menos al defender la abolición de la pena muerte. Matar no lo prohíbe -nada está fuera de lo que un hombre pueda hacer, pues nada es inmoral-, mas que lo haga el estado es asunto de distinta índole. Los apuntes que va haciendo a este respecto no son sino el marco previo (aunque no presentado en orden en el libro), el preludio, a una crítica a la cultura teista-moralista occidental. Antes de todo esto, por ejemplo, nos presenta a los personajes que mediante discursos convencerán a Eugenia que el único precepto moral al que hay que atarse es el de no atarse a norma o prohibición moral. En otras palabras: la moral de Sade es inmoral y solo se constituye de forma negativa.

Franz Von Bayros
   La manera más adecuada para deslegitimar la moral auténtica y verdadera pasa por una constante comparación con las normas y costumbres de otros pueblos. Según el avispado marqués los absolutos de Bueno-Dios deben ceder a otros que él postula: el placer y la naturaleza. Lo que la naturaleza no prohíbe es imposible que sea inmoral. Así es justamente como justifica el sexo anal: "Jamás la naturaleza, si analizas detenidamente sus leyes, ha indicado otros altares para nuestros homenajes que el orificio de atrás; permite lo demás, pero ha dispuesto que sea en el trasero. Si no hubiese sido su intención que penetrásemos culos, ¿habría hecho tan proporcionado su orificio a nuestros miembros?"

   Sin embargo, aunque critique toda moral, parece conceder que en cuestiones de moralidad hay pueblos más perspicaces que otros: "(...) varios volúmenes no bastarían para demostrar que nunca se consideró la lujuria un crimen en ninguno de los pueblos sabios de la tierra" (pág. 225). La constante referencia sobre los usos y las costumbres de otros pueblos no era algo exclusivo de Sade. Montaigne ya recurría a la comparación con las costumbres de otros pueblos para dejar en claro que nada está claro ("Hemos nacido para buscar la verdad; poseerla corresponde a una potencia mayor" III,8). Y si bien este remarcaba que el hombre es un animal entre otros animales, disminuyendo las diferencias que entre ambos había trazado el relato cristiano, Sade parece irle a la par: "¿Qué es el hombre y qué diferencia hay entre él y las demás plantas, entre él y los demás animales de la naturaleza? Ninguna probablemente". El hombre es, simplemente, una contingencia.

    Parece que estoy orientándome hacia un análisis de los contenidos teóricos del libro, más que del libro mismo. Esto no es por cuestión de gusto: tiene más bien que ver con la forma en la que Sade relata este libro. En ningún momento sus personajes cobran hechura y personalidad por sí mismos. Todo es acartonado, simple y grosero. Todos los elementos de la novela son una excusa para lanzarnos un panfleto ideológico. La inmoralidad no es un crimen, pero presentarla sin gracia ni estilo sí lo es. Eugenia nunca será un personaje realista porque es como una hoja en blanco y el resto de personajes que le dan lecciones sexuales son tanto más simples y están encasillados en sus roles. Incluso las escenas sexuales que describe el libro motivan más una sonrisa burlona que un sentimiento excitante. Y eso en el mejor de los casos, pues muchas caen en el ridículo directamente. Quien lea el libro de Sade deberá hacerlo más por curiosisdad histórica que para deleitarse con el libro. Y quienes quieran algo más llamativo dentro de la literatura erótica encontrarán algo mejor en Apollinaire (y decir esto es muy grave...) o Anais Nin. Si bien como novela es un desastre, al menos tiene reflexiones interesantes  junto a algún eventual punto de brillantez.


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