miércoles, 17 de junio de 2015

Oculta filosofía: razones de la música en el hombre y la naturaleza


        "De aquí se sigue que, llevada el alma de la suavidad de la música, se divierte de otras cosas, dando lugar que se sosieguen entre tanto varias turbaciones y especies descompuestas. Por ello la usaron Pitágoras, Clinias y Aquiles, para sosegarse cuando estaba turbados y vences de este modo con suavidad sus pasiones. Aristóxeno dijo, y lo repite Plutarco, que por esto se introdujo la música en los convites, para que fuese antídoto contra los daños que el vino y destemplanza podían hacer en los cuerpos y en los ánimos." 


    Entre las rarezas que se puedan hallar en los catálogos editoriales actuales encontramos  "Oculta filosofía", del jesuita Juan Eusebio Nieremberg. Digo que es una rareza porque muy pocos lectores conoceran a priori a su autor... Mucho menos el ambiente teórico en el que fue escrito. Para aquellos familiarizados con el pensamiento del renacimiento nada más leer el título se les agudizará la vista y muy probablemente piensen que el título les recuerda algo que, quizá en ese momento, el futuro lector no tenga todavía presente. Si uno indaga o da con el recuerdo que vaga por su mente escurridiza acabará por asociar, no sin justificación, el título con el de una obra fundamental del pensamiento renacentista: hacemos alusión claramente a la obra del alquimista y mago Cornelio Agripa. La elección del título no es casual por parte de Nieremberg. Este jesuita, formado en la más pura ortodoxia del pensamiento cristiano no dejaría por ello de lado los textos que por aquel tiempo había, ni dejaría de discutir con las corrientes de pensamiento de aquel momento. 

    Como es sabido, la contrareforma no fue un fenómeno solamente encaminado a combatir el avance de los reformados en el norte de Europa, sino también a la purificación interna del corpus de pensamiento. Mientras los tercios españoles luchaban por imponer el catolicismo en batallas como la de Nördlingen, los cuadros intelectuales de la Iglesia hacían una criba de textos y depuraban las escuelas de tendencias heréticas. Así fue como se comenzó la quema de brujas y la sospecha de los textos herméticos y cabalísticos. En la Europa de la contrareforma no había espacio para un Pico de la Mirandola con sus sueños de la reunficicación de las religiones a través de la cábala. Nieremberg, que formaba parte de esos cuadros intelectuales de la Iglesia -era profesor en el Colegio Imperial de Madrid impartiendo historia natural, humanidades y exégesis bíblica- dialoga en esta obra con ciertas ideas que serían proscritas u olvidadas en los tiempos que se acercaban. La magia, que se presentaba como un modelo capaz no solo de aprehender las cosas sino también de domeñarlas fue deshechada como idea maligna. Las prácticas mágicas llevadas a cabo por mujeres fueron condenadas en el "Maleus Maleficarum", uno de los textos más leídos de todo el renacimiento. Pronto la magia no fue perseguida solo atendiendo al sexo de quien intentaba practicarlo y ya no habría ningún príncipe o rey, como Rodolfo II de Austria, que acogiera en su corte a quienes la practicaran. Juan Eusebio de Nieremberg desconfiaría de la magia y la cábala, aunque en cuestiones musicales coincide con ellos en ciertas tendencias que afirman los poderes causales de los sonidos. Si en la cábala se concede a la palabra el poder causal de crear y afectar objetos, ciertas corrientes, siempre vinculadas con la teoría de la harmonía de las esferas, le otorgan la misma dignidad a los sonidos musicales.

    El poder de la música es tal para Nieremberg que afecta que afecta por igual a la realidad, a los hombres, animales y plantas, si bien de forma distinta. A estas última lo expresa claramente el jesuita Nieremberg: "Ni tengo por imposible que la música ejercite en algunas plantas algo de su fuerza" (p.52).En cuanto a los hombres la música afecta calmando sus pasiones y sirviendo como lenitivo a las enfermerdades... La idea de relacionar la música con la terapia no era nueva: ya los pitagóricos creían en un uso bueno para ayudar a la psique. La idea además tuvo mucho éxito porque recordemos que Athanasius Kircher, mucho después, concibió un instrumento con gatos:

«Para levantar el ánimo de un príncipe italiano agobiado por las preocupaciones de su puesto, un músico creó para él un piano de gatos. El músico seleccionó a varios gatos cuyas voces naturales tenían diferentes tonos y los colocó en jaulas adyacentes, de manera que cuando se presionaba una tecla del piano un mecanismo elevaba una punta afilada hacia la cola del gato correspondiente. El resultado era una melodía de maullidos que se iba haciendo más fuerte a medida que los gatos se iban desesperando más. ¿Quién no iba a reírse con esa música? Así fue como terminaron con la melancolía del príncipe». ("Musurgia Universalis")



Sin embargo estas utilidades no son nada con lo que la música puede según Nieremberg. Según él, la música jugó un papel importante en la creación, ya que no duda en otorgar a Dios la dignidad de "un sapientísimo aritmético, geómetra y músico". La aritmética, la geometría y la música eran las herramientas del arquitecto divino y esta creencia estaba firmemente asentada en intelectuales como Robert Fludd o Cornelio Agripa. La visión de dios como geómetra y músico es una idea muy extendida. Blake, por ejemplo, representó a Dios con una escuadra creando el mundo.

William Blake

     El libro de Nieremberg, como dijimos, es un libro atípico, y dada su brevedad es difícil que se puedan llenar muchas páginas con su contenido. Su estilo barroco y el constante uso de nombres que al lector le serán desconocidos lo hace ligeramente incómodo además... Al menos es un libro que invita a conocer un poco mejor una época en el que la ciencia tal y como la conocemos no existía. Más importante que eso es el hecho de que el texto es un ejemplo de cómo el pensamiento español no estaba incomunicado y abstraído en sus problemáticas propias, sino que dialoga con la cultura filosófica que por aquel momento se hallaba en Europa.



martes, 9 de junio de 2015

Ferrer Dalmau

La batalla de San Marcial
El Aguila Derrotada. Bailen 1808
Regimiento Asturias. Sangre española.
Caza al amanecer

domingo, 7 de junio de 2015

Austin Osmar Spare

 





La filosofía en el tocador

   Nada le es ajeno a  la literatura; tampoco la sexualidad. Ya sean las crónicas de un determinado tiempo, los intrincados y confusos sentimientos de algún personaje o un sistema de pensamiento, la literatura acoge generosamente todo aquello que pueda ser dicho sobre algo. La literatura podría decir acerca de sí  lo que los renacentistas que se preciaban decían de ellos mismos: "Nada humano me es ajeno". Siguiendo esa máxima la sexualidad y el amor no podían quedar fuera. De hecho estas se hallan entreveradas en los poemas que otorgan identidad a las civilizaciones: Ilión no habría sido quemada por los aqueos sin la infidelidad de Helena... ni tampoco habría razones para el odio entre Roma y Cartago sin Dido y Eneas. El "Ars amatoria" de Ovidio ya trataba de algún modo hablar sobre la seducción; el Jin Ping Mei también sería un ejemplo en el que la sexualidad y el amor no quedan apartados de la vida como algo de lo que guardar silencio. En ocasiones este tipo de literatura tendría que enfrentarse a la persecución por su supuesta "inmoralidad". La modernidad europea que vió surgir una subjetividad consciente de sí misma produjo una cantidad de textos eróticos y pornográficos como no se había visto con anterioridad. De la mano del liberalismo y el materialismo la mordaza de la moralidad iría dejando espacio a una sana indiferencia -aunque no sin condena por la sociedad y los sectores de poder- a toda esta eclosión de literatura.  Ya Boyer d'Argens defendía en "Teresa, filósofa" las pasiones como parte de lo divino: “¡Imbéciles mortales! Os creéis dueños de apagar las pasiones que la naturaleza ha puesto en vosotros: son obra de Dios."

   Sade se desmarcaría de una forma deliverada de una forma aguada de crítica contra los conservadores morales y emprendería con sus obras una auténtica base desde la que destruir los principio de la moralidad. Es por esto que sus escritos no se limitan a una enumeración de escenas sexuales sino que, a modo de fábula, llevan insertas en sí una enseñanaza. En otros escritos, como el que hoy nos ocupa, hay un contenido teórico evidente. De hecho la "Filosofía en el tocador" toma como género uno de los más célebres en la tradición filofófica: el diálogo. De manera similar a un diálogo platónico aquí los personajes intentan ofrecer argumentos determinantes que convenzan al oponente. La salvedad -si no es suficiente ofensa haber comparado con los diálogos de Platón- es que en este caso no hay oponentes: Eugenia, la protagonista, no es más que un elemento necesario, que posibilita que Sade nos lance toda una batería de argumentos defendiendo la inmoralidad y el ateísmo, pero que en ningún momento sostiene un punto de vista (mucho menos es capaz de ofrecer un contraargumento). Es una figura que ante los experimentados inmorales que pretenden darle lecciones solo sabe asentir como una dilecta alumna. Durante la estancia de Eugenia con sus sabios inmorales irá recibiendo los preceptos de la inmoralidad, o como Sade dice en algún momento, "las divinas leyes del placer".

   Entre enseñanza y enseñanza para la protagonista, Sade aprovecha para ofrecer un discurso corrosivo contra la sociedad que no permite la inmoralidad; su atenta mirada se fija en la base de todo el derecho desde los romanos: el derecho a la propiedad: "¿con qué derecho quien nada tiene se encadenará a un pacto que sólo protege a quien lo tiene todo? (...) un juramento debe tener el mismo efecto sobre todos los individuos que lo pronuncian; es imposible que pueda encadenar a quien no tiene ningún interés en su mantenimiento, porque entonces no sería ya el pacto de un pueblo libre; sería el arma del fuerte sobre el débil" (págs. 209-210). Revolucionario al proclamar el robo como manera de equilibrar las diferencias entre pobres y ricos, no lo fue menos al defender la abolición de la pena muerte. Matar no lo prohíbe -nada está fuera de lo que un hombre pueda hacer, pues nada es inmoral-, mas que lo haga el estado es asunto de distinta índole. Los apuntes que va haciendo a este respecto no son sino el marco previo (aunque no presentado en orden en el libro), el preludio, a una crítica a la cultura teista-moralista occidental. Antes de todo esto, por ejemplo, nos presenta a los personajes que mediante discursos convencerán a Eugenia que el único precepto moral al que hay que atarse es el de no atarse a norma o prohibición moral. En otras palabras: la moral de Sade es inmoral y solo se constituye de forma negativa.

Franz Von Bayros
   La manera más adecuada para deslegitimar la moral auténtica y verdadera pasa por una constante comparación con las normas y costumbres de otros pueblos. Según el avispado marqués los absolutos de Bueno-Dios deben ceder a otros que él postula: el placer y la naturaleza. Lo que la naturaleza no prohíbe es imposible que sea inmoral. Así es justamente como justifica el sexo anal: "Jamás la naturaleza, si analizas detenidamente sus leyes, ha indicado otros altares para nuestros homenajes que el orificio de atrás; permite lo demás, pero ha dispuesto que sea en el trasero. Si no hubiese sido su intención que penetrásemos culos, ¿habría hecho tan proporcionado su orificio a nuestros miembros?"

   Sin embargo, aunque critique toda moral, parece conceder que en cuestiones de moralidad hay pueblos más perspicaces que otros: "(...) varios volúmenes no bastarían para demostrar que nunca se consideró la lujuria un crimen en ninguno de los pueblos sabios de la tierra" (pág. 225). La constante referencia sobre los usos y las costumbres de otros pueblos no era algo exclusivo de Sade. Montaigne ya recurría a la comparación con las costumbres de otros pueblos para dejar en claro que nada está claro ("Hemos nacido para buscar la verdad; poseerla corresponde a una potencia mayor" III,8). Y si bien este remarcaba que el hombre es un animal entre otros animales, disminuyendo las diferencias que entre ambos había trazado el relato cristiano, Sade parece irle a la par: "¿Qué es el hombre y qué diferencia hay entre él y las demás plantas, entre él y los demás animales de la naturaleza? Ninguna probablemente". El hombre es, simplemente, una contingencia.

    Parece que estoy orientándome hacia un análisis de los contenidos teóricos del libro, más que del libro mismo. Esto no es por cuestión de gusto: tiene más bien que ver con la forma en la que Sade relata este libro. En ningún momento sus personajes cobran hechura y personalidad por sí mismos. Todo es acartonado, simple y grosero. Todos los elementos de la novela son una excusa para lanzarnos un panfleto ideológico. La inmoralidad no es un crimen, pero presentarla sin gracia ni estilo sí lo es. Eugenia nunca será un personaje realista porque es como una hoja en blanco y el resto de personajes que le dan lecciones sexuales son tanto más simples y están encasillados en sus roles. Incluso las escenas sexuales que describe el libro motivan más una sonrisa burlona que un sentimiento excitante. Y eso en el mejor de los casos, pues muchas caen en el ridículo directamente. Quien lea el libro de Sade deberá hacerlo más por curiosisdad histórica que para deleitarse con el libro. Y quienes quieran algo más llamativo dentro de la literatura erótica encontrarán algo mejor en Apollinaire (y decir esto es muy grave...) o Anais Nin. Si bien como novela es un desastre, al menos tiene reflexiones interesantes  junto a algún eventual punto de brillantez.