domingo, 11 de mayo de 2014

Pequeñas introducción a Leibniz (III): El lenguaje

   La preocupación acerca del lenguaje no es algo nuevo. Siempre ha habido personas que se han preocupado del lenguaje. De si este nos ayuda en nuestras investigaciones o si, por el contrario, servía para entorpecernos. No han sido pocos los que han pensado que detrás del lenguaje hay toda una maraña de malentendidos y confusiones que nos llevan a hablar de quimeras. En ocasiones puntuales este intuición se ciñó al uso de un determinado vocabulario. Por ejemplo la terminología de Aristóteles ha llevado a muchos a pensar que detrás de palabras como ente, esencia, quididad y otras de estilo similar solo había conceptos hueros, vacíos. Bacon los llamaba ídolos. Pero hablar de todas no algo para lo que estemos preparados. Tampoco es algo que tenga lugar en un blog. Vamos a señalar solo algunos capítulos importantes de este tema. Los más cercanos a Leibniz. Si para empezar a hablar de la física de Leibniz antes empezamos a hablar del renacimiento aquí vamos a hacer lo mismo. 

"Los sueños de Polífilo", Francesco de Colonna
   El renacimiento se llamaba así porque se pensaba que era un renacer. Renacer quiere decir "volver a nacer". ¿Qué era lo que volvía a nacer? La cultura antigua o pagana. Todo lo que perteneciese al antiguo Egipto, a Grecia o Roma era custodiado como el vestigio de una civilización infinitamente superior a la de ese tiempo. El mundo perfecto no estaba en el futuro (como en nuestro caso con el mito del progreso), sino en el  pasado. Entre las galerías de arte se iban apilando antiguas esculturas y entre las bibliotecas se iban colocando antiguos tomos de muy diversos temas. Uno de esos tomos fue "Hieroglyphica" de Horapolo. Ahí se recogían distintos jeroglíficos y algunos significados que, supuestamente, estos representaban. Obviamente el significado atribuido a los jeroglíficos no era el verdadero. Un intento de comprensión de los jeroglíficos lo llevo a cabo Pierio Valeriano, que escribió 58 volúmenes en los que describía el supuesto significado de los jeroglíficos. Pero eso no es lo importante. Lo importante fue que todo el círculo de neoplatónicos en Florencia se entusiasmó enormemente con este hallazgo. La razón de tal alborozo tenía que ver con el hecho de que ya Plotino señalaba en sus "Eneadas" que el lenguaje de los jeroglíficos era superior al del resto de lenguas. ¿Cuál era la razón de esto? Pues que consideraba que el lenguaje natural para encontrar la verdad usaba razonamientos. Los egipcios en cambio utilizaban imágenes. La imagen la concebía Plotino como un "medio" más apto que la palabra a la hora de alcanzar el conocimiento. Hay que recordar que para Plotino, y en general para todos los neoplatónicos, el sentido más excelso era la vista porque este estaba más conectado con el intelecto que el resto. Esto fue algo que Ficino y los neoplatónicos no tardaron en recoger. Estas ideas rápidamente se extendieron más allá del ámbito florentino. Fue tan popular esta idea que una de las principales novelas de corte místico de la época, "Los sueños de Polífilo" de F. Collonna, utilizaba jeroglíficos. No los utilizaba como adorno, como elemento decorativo (que por otra parte son unas bellísimas xilografías). Pretendía, por el contrario, significar a través de ellas. De tal modo, la novela no se podía comprender sin entender las misteriosas imágenes que lo acompañaban. Esto fue solo el principio.

Emblemas de Alciato
    En la misma dirección de todo lo descrito hasta aquí, se consagró la imagen como un modo más apropiado de acercar al hombre al conocimiento. Siguiendo ese planteamiento Alciato escribió su libro de "Emblemas". Tuvo un éxito inmediato con más de 50 ediciones. El libro contenía distintos textos. Todos acompañados de imágenes en las que cada elemento de la imagen tenía un sentido muy preciso. Aquí, al igual que en "Los sueños de Polífilo", la imágen tenía una función más importante que la de ilustrar o proporcionar belleza a un texto. La imágen se asemejaba a un código mudo que invitaba a quien lo viera a intentar descifrarlo. La recompensa de aquel que desencriptara el significado de la imágen sería un conocimiento más profundo que el de aquel que solo leía un texto. Como vemos en todos estos textos se repite la misma idea: la palabra como traición, como violación de lo real, del conocimiento. Lo que se expresase en los lenguajes naturales no podía sino "adulterar" el verdadero conocimiento. Se planteaba, por tanto, la necesidad de un lenguaje adecuado que nos permitiese conocer la realidad. El renacimiento encontró en la imagen ese lenguaje pero también otros pensaron que había más posibilidades... No es casualidad que Galileo plantease el número como el lenguaje adecuado para el conocimiento cuando decía: "El libro de la naturaleza está escrito en caracteres matemáticos". Antes y después de él se tenía esa pretensión de búsqueda de lenguaje perfecto en el que no se diesen malentendidos de ningún tipo. Simplemente, el suyo fue más afortunado que el resto de propuestas que se dieron en el renacimiento. Pero la utilización de la imagen como lenguaje se extendería a toda la literatura de alquimia del s. XVII.

   La idea de un lenguaje ideal no era algo que se ciñese al renacimiento (para empezar esa idea se retrotrae a los cabalistas). Descartes tomaba este tema. En una carta a Mersenne decía:

"Hay un medio de inventar una lengua  o al menos una escritura , en la cual los caracteres y palabras  primitivos estarían hechos de suerte que esta pudiera ser enseñada en muy poco tiempo... y como se puede aprender en un día todos los nombres hasta el infinito, y escribirlos en una lengua desconocida, que está formada por una infinidad de palabras diferentes; también se puede hacer lo mismo con todas las palabras necesarias para expresar las otras cosas que caen en el espíritu de los hombres; si esto se ejecuta no hay duda de que esta lengua sería bien aceptada por todos, puesto que hay mucha gente que emplearía de buen grado cinco o seis días de tiempo para hacerse entender  por todos los hombres..., y si alguien explica bien a todo el mundo cuáles son las ideas simples que están en la imaginación de los hombres, de las cuales se compone todo lo que ellos piensan, entonces yo osaré esperar una lengua universal muy fácil de aprender, pronunciar, y escribir, y lo principal, que ayudaría al juicio y representaría distintamente todas las cosas, con lo cual será prácticamente imposible errar, no como ahora donde las palabras que nosotros usamos prácticamente solo tienen significaciones confusas y a lo cual el espíritu humano se ha acostumbrado desde hace mucho tiempo, lo que es causa de que no se entienda casi nada perfectamente. Yo sostengo que esta lengua universal es posible y que se puede encontrar la ciencia que de ella depende por medio de la cual los campesinos podrían juzgar mejor acerca de la verdad de las cosas, que es lo que hacen actualmente los filósofos".

    Vemos el proyecto de un lenguaje que ayude a establecer juicios acertados de forma rápida, sencilla y clara. Este lenguaje es una "herramienta" más adecuada que nuestros lenguajes cotidianos, donde la polisemia y los malentendidos no son excepciones, sino cosas comunes. Si bien se puede decir que no había un mismo modo de tratar la cuestión, puesto que todo lo descrito arriba tiene que ver con movimientos filosófico-religiosos, sí que hay una misma preocupación. Esto se puede aplicar perfectamente a Leibniz. Su interés por el lenguaje se justifica por el hecho de que él era consciente del papel decisivo del lenguaje en el avance del conocimiento. Tenía la intuición de que había una estrecha relación entre el lenguaje y el desarrollo intelectual del hombre. Sus reflexiones acerca del lenguaje tendrán que ver bastante con la deslegitimación de cierta corriente de pensamiento ejemplificada perfectamente por Jacob Böhme.

Aurora de Jacob Böhme
   Jacob Böhme era un pensador que bebía directamente de las corrientes filosófico-religiosas que mencionábamos. Sus ideas sobre el lenguaje se recogen en dos escritos: "Aurora" y "Misterium Magnum". Estas reflejaban la preocupación por una supuesta lengua primigenia, precedente de todas las demás, que llama lengua adámica (referencencia al antiguo testamento y al suceso de Babel). Lo peculiar de la lengua adámica ("ursprache") es que no es que sea un lenguaje óptimo para conocer mejor las cosas, sino que es un lenguaje en el que se conoce directamente las esencias. En los lenguajes naturales ("natursprache"), la relación entre las palabras y las cosas no se da. El signo y el significado se otorgan de forma arbitraria a la referencia (las esencias). Esta es la causa de todas nuestras dificultades a la hora de conocer la realidad. Lo que debemos hacer, según Böhme, es intentar recuperar la lengua primigenia de la cual todas han surgido.

   La polémica que suscitaron esas opiniones llegaron a Leibniz. Él no podía reaccionar sino con ciertas reservas al proyecto de "reconstruir" ese lenguaje. Pensaba que encontrar la similitud última de todas nuestras lenguas era algo imposible. La cantidad de transformaciones que se han ido haciendo de esa lengua a largo de la historia ha sido tal que la lengua primigenia ("ursprache") está perdida. Critica, además, a aquellos que identifican la lengua primigenia con el hebreo. En uno de sus escritos, "Brevis designatio", Leibniz intenta dar cuenta de la multiplicidad de lenguajes no apoyándose en el mito de Babel (como Böhme, Hobbes y otros). La razón de que haya tantas lenguas se debe a las distintas formas de expresar que tienen los hombres. Del mismo modo en que dijimos que una mónada expresaba el universo desde una perspectiva, lo mismo podemos aplicar al lenguaje. El lenguaje es como una mónada (no en sentido literal, es una analogía) que sirve para observar la realidad desde un determinado modo o perspectiva. Lo importante no será, entonces, no obsesionarse por aquella lengua primigenia de la que él desconfía, sino en ver la "armonía" de las lenguas ("harmonia linguarum"). De este modo recurre al igual que con las mónadas al concepto de armonía para hacer que todos los elementos, en este caso lenguas, sean expresiones distintas del universo pero al mismo tiempo coordinadas de modo armonioso.

   Una vez zanjado el asunto del ursprache Leibniz dice que no hay razón para que no podamos crear un lenguaje artificial y preciso que nos ayude en nuestras investigaciones. A este lenguaje universal lo llamará característica universal (o "lingua philosophica") y tendrá como principal rasgo que es un lenguaje gráfico. Aquí vemos ya alguna diferencia con lo que pensó Descartes: este lenguaje no es un lenguaje para ser hablado. Esta lengua simplemente se empleará en las investigaciones con el fin de acelerarlas y de ser más exactos. Cualquier otro fin, como el comunicativo, no le es propio. La "lingua philosophica" constará de un alfabeto aplicable a todas las lenguas. Que haya un alfabeto en la lingua de Leibniz tiene que ver con una razón muy sencilla: sin unos signos un sistema lingüístico no nos puede ayudar a pensar. Pensamiento y lenguaje están tan unidos que sin uno no se da el otro. El conocimiento discursivo tiene necesidad de "cognitio symbolica".

   El alfabeto de la nueva "lingua" lo buscará en "Dissertatio de arte combinatoria". Aquí busca no solo un simbolismo, sino uno que sea capaz de expresar las operaciones mentales. En otras palabras: la característica universal es un lenguaje formal. La razón de esto se debe a que todo juicio se hace deduciendo a partir de principios lógicos. Si esto es así, basar la nueva lengua en esas operaciones mentales que aplican constantemente principios lógicos (principio de no contradicción, principio de identidad...) es la forma más segura de encontrar una lengua que sea apta para todos los campos del saber desde la teología a la matemática. Un nuevo problema se nos plantea aquí: ¿cómo sabemos que la elección de los nuevos caracteres de la nueva "lingua" no son arbitrarios? ¿Si son arbitrarios cómo podemos llegar a conocer algo a través de ellos? La discusión de si las lenguas, en general y no solo la característica universal, son de carácter arbitrario o no se remonta al "Crátilo" de Plantón, donde este acababa concluyendo que detrás de los signos o palabras no hay una voluntad de los hombres. Por el contrario, el significado del lenguaje tiene algún tipo de anclaje en el mundo de las formas. En los tiempos modernos la tendencia era la contraria. Se pensaba que el lenguaje era una convención y que no había nada detrás de él para proporcionarle fundamento alguno. Ejemplos claros de esto eran Hobbes y Locke. Leibniz no puede estar si no en desacuerdo con concebir el lenguaje con algo puramente arbitrario. Para criticar esas opiniones que no comparte examina el "Computatio sive logica" de Hobbes. En este escrito se decía que la verdad se desprende de las palabras y no de las cosas. Para Leibniz esto es una paradoja pues supone el abandono de la búsqueda del universal y sin él no podemos decir que haya ciencia. Otro de los escritos en los que criticaría esta forma de ver el lenguaje es en los "Nuevos ensayos del entendimiento humano". Aquí polemiza sobre el asunto con Locke manteniendo que la visión convencionalista no puede ser una buena base para un conocimiento fundamentado de las cosas.

   Dejando de lado las polémicas con sus contemporáneos tenemos que centrarnos un poco en ver qué tipo de lengua artificial nos propone Leibniz. En "Lingua generalis" asigna un número a las ideas simples. Los números se transcribirían con consonantes y los decimales con vocales. Para ilustrarlo:


   No obstante, en este escrito no deja terminado el asunto. De hecho, apenas si lo ha comenzado. Su proyecto de lengua artificial se debería articular en distintos puntos:

                                    (1) Distinción de un sistema de primitivos, organizados en un alfabeto de                                                             pensamientos.
                                    (2) Elaboración de una gramática.
                                    (3) Reglas para pronunciar caracteres.
                                    (4) Elaboración de un léxico de caracteres reales.

   En "Elementa characteristicae universalis" pone un ejemplo de lo que pretende: el concepto "hombre". Este concepto lo podemos descomponer en ideas simples. Podemos hacerlo diciendo que es un "animal racional". Separamos esto y lo dejamos en "animal" y "racional" y les asignamos números. A animal le asignamos el nº 2 y a racional el 3. El concepto complejo de hombre lo podemos expresar, por tanto, como 2*3, o bien 6. ¿Cómo sabemos si una proposición es cierta o no? Mediante cálculo. Para que sea verdadera una proposición debemos dividir el nº del sujeto por el del predicado. Si el resultado es un número entero entonces es verdadero. Por ejemplo: "Todos los hombres son animales". Hombre es 6 y animal 2. La división da como resultado 3, luego la proposición es verdadera.


   Entre tanto Leibniz tenía una intensa correspondencia con los jesuitas que realizaban sus misiones en oriente. China se mostraba a Europa con todos los atractivos que proporciona una nación enorme, con materias primas muy importantes y una cultura milenaria. Desde hace tiempo los jesuitas ya hacía sus misiones en oriente con el fin de expandir la influencia del cristianismo en oriente. Fruto de este contacto entre jesuitas y orientales, culturas como la japonesa o la China empezaban a conocerse mejor. Leibniz mantenía una correspondencia con Bouvet uno de los jesuitas que tenían conocimiento de China. En una de las cartas dirigidas a Bouvet le comentaba sus recientes descubrimientos en torno al cálculo binario (manejando 1 y 0) y la posibilidad de establecer a través de esto un lenguaje. Después de leer esta carta, Bouvet se da cuenta de que la estructura de los exagramas del "I Ching" se ajusta al cálculo binario y copia los exagramas del libro chino en una carta que envía a Leibniz... Pero más allá de su fascinación y de algún escrito Leibniz, como de costumbre, no iría más allá de los proyectos. Pensó en su tarea pero no la realizó. El resultado son sus opiniones fragmentadas en multitud de escritos.



Bibliografía que he consultado hasta aquí:


- Calasso, Roberto, “Los jeroglíficos de Sir Thomas Brown”, Sexto piso
- Praz, Mario, “Imágenes del barroco”, Siruela
- Reale, G., “Historia del pensamiento filosófico y científico”, Herder
- Abagnano, “Historia de la filosofía”
- http://serbal.pntic.mec.es/~cmunoz11/eduardo.html
- Cabañas, Leticia, “Adamismo en el lenguaje de Leibniz”, Daimon, suplemento 1,2007, 35-41



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